La hiena y el faisán. Sobre dos cuentos de Giselda Zani.

 

Autorretrato de Leonora Carrington

La hiena y el faisán. Sobre la animalidad en “Soliloquio de Kaaftar” y “La casa de la calle Socorro” de Giselda Zani.

 

“Todos los animales saben lo que necesitan, excepto el hombre" 
Plinio el Viejo- citado por Guadalupe Nettel en El matrimonio de los peces rojos.
 
“El hombre es un animal prometedor” 
Nietzsche-Genealogía de la moral
 
 
“Vosotras sois las verdaderas hienas, que nos encantáis con la blancura de vues-
tras pieles y cuando la locura nos ha puesto a vuestro alcance, se abalanzan
sobre nosotros. Vosotras sois las traidoras a la Sabiduría, el impedimento de la
Industria [...] los impedimentos de la Virtud y los acosos que nos conducen
hacia todos los vicios, la impiedad y la ruina. Vosotras sois el Paraíso de los
Necios, la Plaga del Sabio y el Gran Error de la Naturaleza”.
 
Walter Charleton, La matrona de Efeso, 1659- citado por Federici, p. 216.
 
 
“El buitre no tiene nada que reprocharse.
Los escrúpulos le son ajenos a la pantera negra.
No dudan de lo apropiado de sus actos las pirañas.
El crótalo se acepta sin complejos a sí mismo.
 
No existe un chacal autocrítico.
El tábano, la langosta, la tenia y el caimán
viven como viven y así están satisfechos.
 
De cien kilos es el corazón de la orca,
pero no le pesa.
 
Nada más animal
que una conciencia limpia”.
 
 
Wislawa Symborska -“Elogio de la mala conciencia de uno mismo”

 

I. Según el diccionario de la Real Academia Española, la palabra animalidad proviene del latín animalĭtas, -ātis y significa condición de animal. Llama particularmente la atención que en la mayoría de los cuentos o novelas que hemos visitado en este curso se presenten animales para indicar estados de ánimo, sensaciones, conductas, características propias de la animalidad mezcladas con “lo humano”. Y que en “lo humano” esté tan marcada esta animalidad. La dualidad observada en la escritura de las autoras estudiadas nos lleva a preguntarnos cuánto hay de humano, cuánto de animal, o si una es inherente a la otra. Esta presunta dicotomía es la que nos ocupa.    

Al revisar los textos propuestos observamos en Fernanda Trías y La azotea la presencia del canario enjaulado del padre que a su vez está encerrado, en “Subasta” de María Fernanda Ampuero leemos acerca de esos gallos que protegen a la niña de las atrocidades de la que es víctima, en Enríquez hay perros salvajes de ladridos estrepitosos en “La virgen de la Tosquera”. En Bombal, y “Washington y las ardillas”, son ellas quienes acercan el mundo de la naturaleza, ese mundo que ha perdido la protagonista porque está inmersa en “La Gran Máquina”, Schweblin nos presenta a esos “animalitos”, los kentukis, pero también tenemos “pájaros en la boca”.

En este catálogo rápido de animales presentes en la escritura femenina latinoamericana que repasamos, también encontramos esta animalidad a través de gestos, conductas, comportamientos que se conectan más con lo instintivo que con lo racional, una animalidad humanizada.

Se intenta plantear cómo en “Soliloquio de Kaaftar” y en “La casa de la calle Socorro” se produce esta tensión de animalidad-humanidad, de corporeidad como recurso literario, como una construcción que nos interpela como lo que somos y lo que pretendemos ser, que abarca la racionalidad como combate al instinto, como vara moral, una tensión entre razón e instinto que subleva el orden establecido.

 

II. Lo característicamente humano tendría que ser muy distinto a lo animal, como proponen algunos filósofos. Se intenta una oposición que coloca de un lado al hombre y, en el otro extremo, al género animal. De acuerdo con esta propuesta, el hombre sería un tipo de animal diferente: un animal “racional”, por lo cual lo que no es humano se convierte en carente de razón.

Al definir al hombre, los griegos, especialmente Aristóteles, consideraban tanto la sustancia animal como la diferencia racional, de modo que un ser humano no podía ser sólo animal ni sólo racional, ambas características se sostenían una a la otra: no hay racionalidad en el ser humano sin “animalidad”, ni animalidad sin “racionalidad”. La modernidad llena de valor negativo a la animalidad del ser humano, o la recupera con el romanticismo como imagen en que la animalidad es lo contrario de la racionalidad, el animal es un ser irracional, brutal, bestial, y el romanticismo busca recuperar lo mejor de esas características reivindicando la pasión, según Pffeifer (2017).

Nietzsche, por otro lado, señala que el hombre es “un animal todavía indeterminado, un animal a falta de sí mismo”. Dice también, en la Genealogía de la moral (1887) que el hombre es un animal prometedor. Lo que quiere decir es que es un animal que puede prometer, ¿qué puede prometer el hombre? La naturaleza se habría tomado como tarea criar, domesticar, disciplinar a ese animal de promesas, añade Derrida.

John Coetzee en su novela sobre el derecho de los animales La vida de los animales propone acerca del poema de Ted Hughes, “El jaguar”, que este animal aunque esté en cautiverio, nunca deja de ser libre. Para Coetzee, el valor de este poema es que da corporeidad al felino. Cuando lo leemos podemos ser, por un rato, el jaguar mismo. Por ello, dice Coetzee, “es una poesía que no trata de hallar una idea en el animal, que no trata sobre el animal mismo, sino que es el testimonio de un compromiso con el animal” (p. 70).

Estas miradas sobre lo “animal” y lo “humano” exploran esos mundos aparentemente separados, acercándolos de manera irreconciliable, indicando que son los tiempos los que han creado la brecha instinto-razón, que lo “abyecto” no puede tener lugar en el ser humano, como señala Kristeva.

 

III. Dice Aristóteles sobre la hiena en Investigación sobre los animales (p. 432) que:

 

“El animal que unos llaman glanos y otros hiena, es de un tamaño no inferior al del lobo, pero tiene crin como un caballo y los pelos son más duros y espesos y se extienden por toda la espalda. Acecha y caza al hombre; caza también a los perros imitando el ruido de un hombre que vomita. Incluso excava las tumbas por el deseo de devorar este tipo de carne”.  

 

Zani emplea  el escenario  del  zoológico para situarla. La visión de la hiena encerrada en la jaula  plantea un problema ético pero además nos hace partícipes como lectores de ese encierro. Somos la hiena. Nos sentimos mirados, despreciados, vivimos la experiencia de estar apresados, somos ese cuerpo en movimiento y habitamos ese cuerpo. No somos el jaguar de Ted Hughes, somos una hiena que piensa.

 

“Desde la atroz prisión, abierta al sol, a las miradas promiscuas que no cesan de detenerse ante ella, a la tibieza deprimente de esta primavera, el recuerdo del mandato que fuera trasmitido a mi sangre cae como un oscuro cortinado y por unos instantes borra de mis retinas este mundo insoportable que habré de contemplar hasta que muera. La alta marea del orgullo sube entonces desde mis pies hasta mi frente; mis músculos vuelven a ser como de acero elástico y me incorporo.”

 

 

 Al dar corporeidad  a la hiena, Zani también nos muestra  que  nosotros  podemos tomar el cuerpo, corporeizarnos en un animal, mediante la escritura. Nos enseña a acomodarnos  en ese  cuerpo  vivo  dentro  de  nosotros.  Cuando leemos “Soliloquio de Kaaftar” o cuando recordamos tiempo después el relato, somos la hiena. Es decir, soy la hiena y pienso, huelo, miro como una hiena pero lo más interesante, pienso como un ser humano siendo una hiena.

Este ejercicio realizado por la autora en el relato nos lleva a tener una experiencia  primitiva  pero también esta hiena representa a la autora, somos más que ella. Esta “hienización” corporeizada se manifiesta a lo largo del relato a través de sus intervenciones: “el recuerdo del mandato que fuera transmitido a mi sangre”,  o la marea de orgullo que la invade de pies a cabeza.

Es este animal relacionado con la carroña, la risa sarcástica, el mal olor, la mirada cruel de los demás sobre ella, la hiena que también puede ser  Giselda, la fealdad que la caracteriza ante la belleza de otras especies.

Este mecanismo usado por Zani, el de prestar a un animal lo que es inherente al hombre nos pone ante un dilema filosófico, qué es lo humano y qué no lo es, como señalábamos al principio. La animalidad se presenta como una contradicción de lo humano, pero la autora subvierte esta ecuación mostrando que no hay contradicciones, que los seres humanos somos en el fondo, animales.[1]

La hiena posee conciencia:

 

“Cuanto más alta es la luz, más nocturno se vuelve el tiempo para mí; más denso el voluntario sueño en que hundo mi conciencia; más opaca la negación en que me envuelvo ante la suprema ofensa: la de verme hecha pasto de las miradas de los visitantes”.

 

 

La risa de la hiena, tan característica, condensa la animalidad, la raza, el ser salvaje e intuitivo pero que tiene memoria y destino:

 

“Dentro de mi noche meridiana, los días se alzan en mi sangre solamente percibidos por mí. La memoria recurrente, el impulso, la risa: otros tantos amaneceres, mediodías, crepúsculos. Ínfimos y reiterados, sostienen mi existencia y la certidumbre de mi destino a través de la repugnante lava con la cual me cubre la luz de ese día que es de los otros. Pero la noche es mía”.

 

En este párrafo, otra vez aparece la risa, pero también la memoria y los “otros”. Esos “otros” que somos los seres humanos.  La hiena es un animal y como todos los animales, se guía por el instinto, por lo que lo sacude a diario, vive en y para el presente. El enunciado “se comportan como animales” sin embargo, está teñido de una connotación negativa y pesimista. Los animales, en cambio, son solidarios, afectuosos, se preservan a sí mismos y a los otros.  ¿Es lo que nos quiere decir Zani? ¿Es la animalidad lo que puede salvarnos?

“Hasta ahora no sé qué formas adopta su lenguaje”, dice la hiena. El pronombre “su” es el nuestro, ella no sabe de formas, pero escucha, tiene su propio lenguaje, el de la luna, el de la noche:

 

“Nuestras risas acompañaban su breve carrera. Un reflejo sobre una arista de esquisto, la luz retenida por una ondulación de la arena, incitaban a nuestros músculos a saltar sobre aquella presunta palabra. Una de nuestras hermanas creyó beber, una noche, una frase completa en un chorro de agua que brotaba de la piedra.”

 

El lenguaje de la bestia, del animal,  es el del instinto. Los lenguajes animales se diferencian de los lenguajes humanos porque éstos son convencionales, simbólicos y productivos, y el utilizado por los animales no. Los animales nacen sabiendo o saben por instinto, mientras que los hombres tienen que ser adiestrados en determinadas convenciones para poderse comunicar, distinción expuesta claramente por Aristóteles (p. 224).

Esta hiena enjaulada que recuerda, que tiene lenguaje, que asume una postura crítica ante los visitantes del zoológico que la rechazan y ven de forma despectiva, que tiene memoria, nos hace cuestionar quiénes somos los humanos, qué queremos, si ese rechazo hacia ella no es más que ignorancia, desconocimiento, un esfuerzo por apartarse a toda costa y a como dé lugar de ese aspecto “animal” que los tiempos modernos nos arrebataron. Porque como dice Bachelard (p. 97), el hombre es una gran suma de animales.

 

IV. En “La casa de la calle Socorro” encontramos un faisán encerrado en una jaula de mimbre, un regalo de un amigo del padre de la protagonista. Ella duda si el faisán es real o producto de un sueño. Hay un juego entre lo onírico y la vigilia, en el cual se duda en que plano está situado el animal.

Primero, lo ve en un portarretratos ubicado en la calle Socorro, antes de salir de la casa:

 

“Quiso mirar el retrato desde cuyo marco los ojos de la mujer la habían mirado en la penumbra. Pero sólo un espejo de nebuloso azogue se encontraba en su lugar y reflejaba indecisamente los objetos adosados a la pared opuesta. Entre éstos, inadvertido antes por Cristina y ahora allí, casi al lado suyo, se encontraba un fanal altísimo cuyo cristal encerraba un exquisito faisán plateado. El cuerpo embalsamado parecía más vivo por el brillo de los ojos de cristal que por el intacto color del plumaje heráldico.”

 

En segundo lugar, encontramos el ave al final del cuento:

 

“Cristina acarició tentativamente la posibilidad de no haber salido: de que la Calle del Socorro sólo existiera en el tramo conocido antes por ella; de que un sueño se hubiera ido acomodando hasta hacer que el faisán embalsamado, frente al espejo que había parecido contener un retrato, no fuera otro que éste, vivo, que le mandaba Torres. Se aferró más y más a esa idea. Pero dudó nuevamente, y se levantó a mirar las ropas que había colgado cuidadosamente tras el biombo.

Los zapatos tenían las suelas muy húmedas, y a sus tacones se adherían algunas briznas de hierba fresca.

Volvió a meterse en la cama, y lloró igual que si algo inexorable se hubiera inclinado sobre su vida.

El faisán piaba con dulzura, como desde una lejanía infinita”.

 

 

Fumagalli (p. 211) sostiene que el hermoso pájaro que Cristina recibe en su casa anula el devenir temporal fundiendo el pasado con el futuro en una eternidad sin fisuras. En el bellísimo faisán enjaulado que le obsequia el amigo de su padre solo puede ver su propio destino.

La hiena y el faisán son animales opuestos. Una, como señalamos, tiene que ver con lo abyecto, con lo que uno no quiere identificarse, como señala Kristeva, en cambio, el faisán es elegante, colorido, majestuoso. Hay entre ellos diferencias cualitativas que nos hacen identificar a uno con lo sucio y maloliente, y al otro, con la elegancia y la ostentación.

Vemos en el cuento que el faisán es regalado por una persona pudiente a otra de su condición, no se produce aquí el mismo mecanismo de identificación del  lector con la hiena sino que abarca un lugar reducido en la narración. Es un regalo y también un símbolo de status, de llave entre dos dimensiones,  la imaginada y la real.

 

 

V. La animalidad de la que hablamos en este trabajo, de la “hienización” en “Soliloquio de Kaaftar” y el uso del faisán en “La calle de la avenida Socorro”, está presente en estos dos cuentos en los que estos animales son usados para representar a los seres humanos, en su degradación y en su belleza, en el encierro en una jaula-ciudad, jaula-casa, jaula-cuerpo.

La animalidad que el ser humano guarda en su interior puede pensarse, entonces, como lo que se ha negado y combatido desde todas esas partes, puesto que representa un peligro al modo humano de ser en el mundo, y a la unicidad y estabilidad de saberse definido. Es, desde todo sus ángulos, el objeto de la “abyección” en términos de Kristeva: “una de esas violentas y oscuras rebeliones del ser contra aquello que lo amenaza y que le parece venir de un afuera o de un adentro exorbitante, arrojado al lado de lo posible y de lo tolerable, de lo pensable”.

Lo animal se hace presente en éstos cuentos de Giselda Zani como una pulsión, que desorienta, que lleva al límite de lo analizable y de lo decible, tanto, que no puede llegar a ser objeto, sino más bien, una cosa, un algo, que “solicita una descarga, una convulsión, un grito”. Lo animal como lo “abyecto” “es radicalmente un excluido, y me atrae hacia allí donde el sentido se desploma”, en una torsión que lleva a los límites, en este caso, de “lo humano”, señala Kristeva.

La abyección, actúa como un dispositivo de delimitación del yo, que trata de separarme de lo que no soy –ni quiero ser–, en este caso, de toda peligrosa ambigüedad, pues “¿cómo puedo ser sin límite?”, entonces se recurre a la destitución de aquellas pulsiones amorfas e indefinibles, denominadas por Kristeva como lo abyecto. “Abyecto. Es algo rechazado del que uno no se separa, del que uno no se protege de la misma manera que de un objeto. Extrañeza imaginaria y amenaza real, nos llama y termina por sumergirnos”. El sentido de lo animal, por tanto, como algo que nos llama desde el interior, y que como humanos no queremos ni aceptar ni dejar salir, entonces, se queda adentro.

La animalidad representada por la imagen de la hiena y el faisán corporeizados, simbolizados, representa en Giselda Zani un recurso para mostrar su posición crítica frente a la sociedad en la que vive, una sociedad que le exige que escriba como los demás, a lo que se opone, que también rechaza su figura, su carácter, sus múltiples intereses e inteligencia.

Una escritora que no encaja con los cánones de la época, que fue invisibilizada y alejada como si fuera una hiena en un zoológico, un animal que reflexiona: “Si el designio proviene del mismo que nos hizo, es posible que al final de esto que llaman tiempo se cumpla mi destino y el de cada uno. Si les pertenece a ellos, sólo habrá muerte, porque la están preparando sin cesar”. [2]

 

 

Bibliografía


Aristóteles (1962) Investigación sobre los animales. Madrid: Gredos

Bachelard, Gastón (2000) La poética del espacio. México, Fondo de Cultura Económica.

Coetzee, John (2001) La vida de los animales. Barcelona: Random House.

Derrida, Jacques (2008)  El animal que luego estoy si(gui)endo. Trad. castellana de C. de Peretti y C. Rodríguez Marciel. Madrid: Trotta.

Federici, Silvia (2004) Calibán y la bruja. Madrid: Traficantes de sueños.

Fumagalli, Laura. Transgresión y castigo en Giselda Zani en Cuadernos de Marcha. Tercera época, N° 112  (Año 10. Febrero 1996)

Jitrik, Noé (1996) Atípicos de la literatura latinoamericana. Buenos Aires: UBA.

Kristeva, Julia (1989) Poderes de la perversión. México: Siglo XXI editores.

Lefevre, Henri (1974) La producción del espacio. Madrid: Capitán Swing.

Pfeiffer, María Luisa (2017) “Persona Humana” https://salud.gob.ar/dels/printpdf/22

Zani, Giselda (1957) Por vínculos sutiles. Buenos Aires: Emecé.

Zennett, Richard (1997) Carne y piedra. Madrid: Alianza.



[1] Ver Kristeva, p. 16.

[2] Fumagalli (1996) esboza las razones  por las cuáles Giselda Zani fue excluída del canon literario de la época.

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