Montevideo, el lápiz y la acuarela

 



Montevideo, el lápiz y la acuarela


Cuando la profesora extranjera preguntó hace unos meses si conocíamos las acuarelas de los dibujantes franceses que estaban exhibidas en el Cabildo de Montevideo, los concurrentes, mayoritariamente uruguayos, dudamos, miramos al piso y negamos con la cabeza.

El momento incómodo me obligó de cierta manera a ir al citado museo en éstas pasadas vacaciones de julio. Al preguntar al funcionario que estaba presente por las acuarelas de Adolphe D´Hastrel sobre las que se había pronunciado la académica, me invitó a pasar a visitar una exposición cuyo título La bonite remitía a estos dibujantes viajeros.

“Théodore Fisquet, Barthélémy Lauvergne y Benoìt-Henri Darondeau, son tres de los acuarelistas que integran el acervo del Museo Histórico Cabildo y que llegaron a nuestras costas a bordo de La Bonite”, informa el sitio web del Museo.

A la entrada, el visitante se encuentra con el montaje de un paisaje indudablemente marino: toneles de madera, la cubierta de un barco, un farol, la proyección de un mar crispado que hipnotiza a quien se detenga a contemplarlo. El sonido del oleaje es el prólogo para la siguiente sala, donde se exhiben los elementos necesarios para la navegación del siglo XIX: un astrolabio, una brújula, un catalejo. A la siguiente, las acuarelas señaladas, una proyección sobre la pared más alejada, pequeños retratos de personajes montevideanos de la época.

“Entre febrero de 1836 y noviembre de 1837, la corbeta francesa La Bonite circunnavegó el planeta en una larga expedición que zarpó del puerto de Toulon, navegó el Atlántico, arribó a Río de Janeiro y Montevideo, dio la vuelta al continente en el Cabo de Hornos y remontó el Pacífico, deteniéndose en distintas ciudades antes de regresar a Francia” (sitio web del museo).

En los siglos XVIII y XIX el Río de la Plata fue una de las regiones más visitadas y descriptas en los relatos de los viajeros europeos. Las razones de ese interés eran variadas: era un lugar exótico, con anchas praderas habitadas por ganado cimarrón, con habitantes amables y hospitalarios, un clima benévolo que alentaba a los desertores a quedarse y abandonar los barcos.

Isidoro de María en su maravilloso Montevideo Antigüo (1888) anotaba en “Primeros buques a vapor venidos a Montevideo”:

“Hasta el año 1824 ningún buque a vapor había venido al Plata. El primero que surcó sus aguas, anclando en el puerto de Montevideo, fue uno venido de Inglaterra en noviembre del año 24, cuyo nombre no recordamos. El pabellón inglés floraba sobre su popa. La aparición del primer buque a vapor en estas aguas fue una gran novedad, como era consiguiente, para los estantes y habitantes de San Felipe y Santiago. Cientos de espectadores coronaban las azoteas de los edificios, las murallas, el recinto y el muelle, al verle entrar al puerto. No era para menos la cosa. Ver lo que no se había visto por esta región: - Navegación a vapor.”

Nelson Maggio en Capítulo Oriental Nº 41 “Literatura y artes plásticas” (1969) hace una recapitulación de estos dibujantes franceses que llegaban para retratar el Río de la Plata y describe la llegada de la corbeta  en cuestión a nuestras tierras: “Durante cuatro días -del 24 al 28 de abril de 1836- la corbeta La Bonite, que se hiciera famosa al 'dar la vuelta al mundo, hizo escala forzosa en Montevideo; en su tripulación figuraban los dibujantes Lauvergne, Fisquet y Touchard, que registraron en recordables y recordadas litografías cinco aspectos de la naciente ciudad, luego incorporadas a un magnífico álbum de 100, que ilustraría el extenso diario de viaje”.

 Estos dibujantes recogieron las vistas de Montevideo y Buenos Aires, captaron costumbres, gauchos y chinas, paisajes agrestes de Martín García o aspectos panorámicos de Montevideo.

“Los dibujos ejecutados por algunos franceses e ingleses de paso por estas costas, eran llevados luego a las planchas metálicas o a la litografía por talleres especializados instalados en las metrópolis europeas. En consecuencia, satisfacían necesidades de mercado propias de esos países. Sin embargo, dichas imágenes son las primeras representaciones de este territorio, su flora, fauna, habitantes y costumbres; temáticas recurrentes —aunque con intenciones divergentes— en constructores de una iconografía ¨nacional¨ como Besnes e Irigoyen o Blanes, a lo largo del siglo XIX” (sitio web del Museo).

La litografía, técnica de impresión característica del siglo XIX, alcanzó un reconocimiento quizá mayor al de otras técnicas empleadas históricamente para la generación de imágenes, ya que era económica y al mismo tiempo, atractiva para la sensibilidad romántica de la época. En Europa, las láminas eran un testimonio más de este mundo tan lejano y exótico.

Si bien los viajeros propusieron a Europa una imagen estereotipada de esta región y sus habitantes, el estudio de sus registros se vuelve imprescindible a la hora de estudiar ese período de nuestra historia. Las acuarelas de Lauvergne, Fisquet y Darondeau, y las litografías a las que sirvieron de fuente son hoy un documento iconográfico fundamental para conocer el aspecto de distintas ciudades de la época, entre ellas Montevideo.

Mezclados con las memorias de las expediciones y con los materiales de carácter científico e histórico, los, diarios, libros y álbumes de viajeros constituyeron un género en auge durante el siglo XIX. En los hogares de la burguesía europea se consumían con interés, ya que al conocimiento que ofrecían sobre territorios y culturas lejanas se sumaba el atractivo de las ilustraciones, señaladas por esa estética romántica que resultaba fascinante para los observadores. Las descripciones, anécdotas y aventuras narradas en ellos resultaban más vívidas al poder ubicarlas en un entorno concreto, y ese era uno de los tantos aportes de las estampas que los acompañaban.

Por un lado, se ven las sogas y los mástiles de los barcos, los marinos, las aves que revolotean, la bandera del país de origen, el cielo infinito contra el que se recorta la silueta de la corbeta, el agua que mece a quiénes permanecen. Por otro, la ciudad con sus edificios emblemáticos, sus habitantes minuciosamente pintados, el cerro, la catedral, los muros que encierran la ciudad y por el que escapan cúpulas y techos preciosamente ilustrados.

Isidoro Más de Ayala en “Montevideo y su cerro” habla de nuestra “geografía sensata”: “Nuestra naturaleza es equilibrada, mesurada y no da sobresaltos ni prepara sorpresas. Cuándo va a aparecer una elevación, que nunca es extraordinaria, hay una colina que la anuncia y la precede. La altura de las ondulaciones va aumentando de un modo gradual y de análogo modo decrece. Tampoco hay torrentes qué bajen desbocados ni precipicios que impresionen. Y la tierra es tina permanente base firme que da a los pies seguro apoyo y no es jamás estremecida dramáticamente”.

Una Montevideo visitada y dibujada, una mirada que, aun con el transcurrir de los años, no deja de ser sorprendente y reveladora.
Citando a Cristina Peri Rossi: “Y sin embargo/ la quise/ con un amor desesperado/ la ciudad de los imposibles/ de los barcos encallados/ de las prostitutas que no cobran/ de los mendigos que recitan a Baudelaire. La ciudad que aparece en mis sueños/ accesible y lejana al mismo tiempo/ la ciudad de los poetas franceses/ y los tenderos polacos/ los ebanistas gallegos/ y los carniceros italianos”.

Agregaríamos a los dibujantes franceses, para regresar a aquella ciudad acuarelada, de colores atemperados, callejones de piedra y vista al río infinito, aquella Montevideo que fue en la que es.


 

 

 

 

 

 

 

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