MI TIENDA PERFECTA


Acostumbro a hacer mis compras en lugares remotos, donde no haya vendedores acosando a los potenciales clientes, o donde la luz no me encandile más de lo que puede hacerlo el sol de mediodía. Lugares como éstos hay muchos en Montevideo, sólo hay que saber buscar. Sin grandes letreros o superficies, apenas un pálido cartel indicador para que el conocedor sepa que ha llegado al lugar que le sugirió su amigo, su tía o la casualidad. Poca cosa más. 
La semana pasada entré a una de las llamadas "grandes superficies" solo para ver algunas de las prendas que exhibían, y porque me gusta el espacio grande donde se puede respirar con comodidad y mis impulsos fóbicos permanecen en el lugar donde deben estar, es decir, en la planta baja de mi subconsciente. Bien. Caminé hacia el fondo, deteniéndome de vez en cuando en algún exhibidor pero los precios eran de otra galaxia, esa que habitan las personas que gastan mucho dinero en ropa. 
Seguí caminando, hasta que me topé con una entrada lateral que se abría a un local mucho más alto y luminoso que aquel en el que estaba, donde la luz era baja y la música subliminal repicaba en las paredes. Fui hasta allí, atravesando una plataforma que descendía hacia aquel espacio infinito y mi sorpresa fue mayúscula al ver decenas de percheros y exhibidores con ropa en varios niveles. El ruido de los pájaros en el techo era la música perfecta en aquel galpón de chapas transparentes con ropa a precios irrisorios. Tres por dos, lleve cinco y pague una o un bolso a veinticinco pesos. 
Qué decir, esa era mi galaxia. Mi tienda perfecta en el universo.

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