Esto no es una
parábola de la palabra. Pero podría serlo en la medida que nos esforcemos para
que lo sea. De esfuerzo hablan las parábolas justamente, o de redención, lo que
significa lisa y llanamente, que si no existe una parábola de la palabra hay
que crearla.
Deberemos buscar un
marco espacial y temporal, ustedes verán, el patio de una escuela, el pasillo
enjuto de un ómnibus atestado, o algo más íntimo, como yacer con el o la
amante, o simplemente estar en un bosque consigo mismo. Cuando tengamos el
marco situémoslo en el tiempo, ayer, hoy o mañana. Probablemente lo mejor para
este género sería el presente, pero es una cuestión de gustos verbales.
Recuerden que el
proceso de creación puede ser alucinante o abrumador, es decir, vayamos
despacio intentando no tropezar con nosotros mismos, a la manera de las
antiguas escrituras, las cuales nos dicen que sólo quienes son discípulos
devotos entenderán los mensajes, y no aquellos que han cerrado sus ojos y
tienen endurecido su corazón. Si ustedes creen que esto es una parábola
podremos lograrlo, caso contrario por favor, sigan con lo que estaban haciendo.
Nos sumergiremos en el nudo de la historia que
nos permitirá extraer una enseñanza. Se preguntarán cómo llegaremos a develar
ese lugar necesario y verosímil para que nuestra parábola vea la luz.
Ustedes disculpen,
pero deberán buscar en sus corazones. Este es el meollo de toda cuestión, no
sólo de éste género literario. Veamos. Al buscar la parte central de la
parábola estamos en el centro mismo. Este párrafo que están leyendo, entonces,
constituiría la dimensión más importante.
Recuerden que ésta
no es una parábola pero podría serla, así que cerrar los ojos en este caso está
bien, para poder contemplar por sí mismos el alcance de su propia creación.
No hay parábola de
la palabra y esa es la parábola.
Abran los ojos,
ablanden sus corazones y escuchen, ella está a la vuelta de la esquina.
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